Kain está deificado. Los clanes cuentan historias sobre él.
Pocos conocen la verdad. Una vez fue mortal. Como todos nosotros.
Soy Raziel, el primogénito de sus lugartenientes. He servido
a Kain durante un milenio. Estuve junto a él y a mis hermanos en los albores
del imperio.
El don continuó evolucionando. Nos volvimos menos humanos y
más… divinos.
Kain solía iniciar el estado de cambio para emerger con un
nuevo don. Nuestra evolución tenía lugar algunos años después de la del
amo....... Hasta que tuve el honor de adelantarme a mi señor.
Por aquella desobediencia, recibí un nuevo tipo de
recompensa: la agonía.
Solo había un resultado posible: mi condenación eterna. Yo,
Raziel, iba a sufrir el destino de los traidores y débiles: Arder eternamente
en las entrañas del lago de los muertos.
Caí ardiendo en el fuego candente, hundiéndome en las
profundidades del abismo. Un dolor indescriptible, una agonía incesante. El
tiempo se había detenido. Sólo quedaba la tortura y un odio enfermizo hacia la
hipocresía que me condenaba a este infierno.
Transcurrió una eternidad y mi tormento amainó, rescatándome
del precipicio de la locura. La caída me había destruido pero… ¡estaba vivo!